Por Flor de Paz
No ha bastado el transcurso de un siglo para nombrar con precisión a los primeros pobladores de Cuba. Ciboney, guanahatabey y taíno, apelativos salidos de supuestos etnónimos asentados en las crónicas generales de las Indias, encabezan el inventario de denominaciones registradas a partir del estudio de las sociedades humanas primigenias de la Isla.
“Han surgido tantas nomenclaturas como generaciones de arqueólogos”, asegura Gerardo Izquierdo, subdirector científico del Instituto Cubano de Antropología (ICAN). “Algunas han echado raíces, pero no se ajustan a la realidad de las comunidades que representan. Por ejemplo, el grupo que se clasifica como cazador-recolector desarrollaba otras prácticas que no pueden encorsetarse en dichas calificaciones”.
La complejidad de un asunto cuya repercusión abarca el análisis de todas las poblaciones que habitaron Cuba, entre tres mil y cuatro mil años antes del presente, es estimada en toda su magnitud en el ámbito de la producción de conocimientos histo-arqueológicos. Pero la determinación para el uso homogéneo de uno u otro de los más de diez esquemas de periodización existentes parece improbable por el momento, a partir de desacuerdos raigales que están latentes en la comunidad científica dedicada a este tipo de investigaciones.
Una propuesta presentada por el ICAN hace alrededor de seis años hizo que la vieja discusión reverdeciera. La publicación de un trabajo sobre el tema en el diario Juventud Rebelde incitó a que la Fundación Fernando Ortiz convocara a los investigadores implicados a ofrecer sus puntos de vista en un seminario aportador de diversidad de posiciones. La controversia no fue clausurada.
Pero, ¿cuál es la génesis de las discrepancias y qué impacto tiene la cuestión en el mundo académico y de la enseñanza?
“Durante la primera mitad del siglo XX, por ejemplo, las tradiciones europeas y estadounidenses predominaron en la formación de los investigadores. Tal es el caso de dos personalidades paradigmáticas de la antropología nacional: Fernando Ortiz (1881-1969) y Luis Montané (1849-1936), fundador este último del museo del mismo nombre en la Universidad de La Habana, donde se halla la génesis de toda la investigación que estamos realizando ahora”, anota el doctor en Ciencias Históricas Ulises M. González, a cargo del departamento de arqueología del ICAN.
“Posteriormente, las relaciones con instituciones científicas docentes de Estados Unidos tuvieron un influjo determinante, hasta el punto de que hoy no es posible discutir sin tomar en consideración los basamentos de una arqueología culturalista, ajustada a clasificaciones que no trascienden el ordenamiento del panorama ni se adentran en explicaciones de tipo social, porque su fin fue catalogar en función de museos y colecciones particulares”.
Más adelante, en la década de los años 70 ―explica González―, estuvimos ausentes de las discusiones con los grupos regionales que se dedicaron a la Arqueología Social Latinoamericana, centrada en una interpretación divergente de la teoría marxista en torno a las formaciones económico-sociales.
“Así, en nuestra comprensión del registro arqueológico para la reconstrucción histórica de la etapa precolombina han primado los enfoques positivistas y unilineales. Sin embargo, los esquemas de periodización no son ingenuos; cada etiqueta que se le ponga a una sociedad viene dada por una amalgama de conocimientos, influencias, teorías políticas y sociales, y del dato científico con que se cuente.
“Esa es una razón sustantiva para que lleguemos a un consenso en este asunto y tengamos un esquema de periodización del que todos seamos partícipes. Pienso que no hay conciencia de lo que eso significa, porque un elemento medular del problema radica en que el país carece de una escuela de arqueología. La mayoría de los que practicamos el oficio hemos tenido una formación profesional en historia, biología, pero casi ninguno es arqueólogo de base. Solo a través de postgrados hemos podido adiestrarnos en esa ciencia”, enfatiza.
Centrado en la investigación de la etapa precolombina desde hace años, y en su condición de coautor, junto con Gerardo Izquierdo y Enrique Alonso, de la propuesta de nomenclatura presentada por el ICAN en el 2007, González identifica como otro de los elementos condicionantes del desempeño arqueológico en el país el hecho de que, con frecuencia, no sea contrastado el registro arqueológico con el histórico.
Por su parte, Roger Arrascaeta, director del Gabinete de Arqueología de la Oficina del Historiador de La Habana, pondera la importancia de las técnicas de excavación en el empeño de sacar verdadero provecho de la información que proporcionan los yacimientos.
“Conscientes de que los sitios pueden llevar años de trabajo, es muy importante realizar la excavación a partir de un estudio detallado de la estratigrafía natural del lugar y no por niveles establecidos de forma artificial”.
Este arqueólogo, que pasa la mayor parte del año en el trabajo de campo, unas veces en los subsuelos de La Habana Vieja y otras en sitios aborígenes, reconoce que identificar los perfiles de las tumbas en los yacimientos funerarios anteriores a la llegada de Colón muchas veces resulta complicado.
Sin embargo —subraya—, es fundamental para entender la sucesión de los enterramientos, tanto a nivel de cronología relativa (los estratos que están por debajo son más antiguos que aquellos que están por encima), como de cronología absoluta (fechado a través de distintas técnicas). “Otro asunto es que se dividan las unidades estratigráficas en capas más finas para resolver problemas de cronología relativa como estrategia vinculada al refinamiento del método”.
A la perspectiva de Arrascaeta, González añade uno de los problemas más candentes de la arqueología cubana: el de la cronología absoluta “Primero, porque tenemos muy pocos fechados radiocarbónicos, que son los que dan la idea de la existencia de estas sociedades en el tiempo. Luego, la mayoría de ellos están realizados sobre maderas carbonizadas de los sitios arqueológicos, un procedimiento que no es totalmente confiable. Afortunadamente, en algunos yacimientos del país han podido hacerse fechados en huesos humanos”.
¿Agricultores o tribales?
Pasados 20 años de la presentación de Estructura para las comunidades aborígenes de Cuba, de José M. Guarch, surgió la última de las propuestas de nomenclatura y periodización existentes para los primeros habitantes del archipiélago: la definida en el ICAN y enfocada a la realización del texto Las comunidades aborígenes en la historia de Cuba (Premio Academia 2012), un compendio de resultados de 15 años de trabajo. ¿Sus objetivos?: “Salvar una carencia extrema de actualización en el pensamiento arqueológico en el país y superar las limitaciones presentes en las formulaciones anteriores”, precisa Gerardo Izquierdo.
“A diferencia de Guarch, que se basó en una formación económico-social (FES), propusimos dos, fundamentadas en los modos en que los aborígenes desarrollaban sus actividades económicas. La pretribal, que representa a los apropiadores del producto que la naturaleza ofrece y practicantes de una agricultura incipiente, y la tribal, encarnada por quienes llevaban a cabo la producción con el fin de incrementar y facilitar la apropiación mediante herramientas más sofisticadas.
“Ello significó establecer una ruptura con el esquema proveniente de la escuela rusa, apoyado en la concepción de una sola FES correspondiente con la comunidad primitiva”.
“Y no es que tengamos toda la razón; este proyecto puede ser objeto de nuevos análisis, asegura Ulises González. Pero, es posible constatar en el registro arqueológico que la interacción que uno y otro grupo establecen con los medios fundamentales de producción es muy diferente. El vínculo que los tribales ejercen con la tierra intensifica la actividad económica sobre la base de una ocupación efectiva del territorio, mientras que los pretribales aún tienen un gran espacio para explotar sin presiones demográficas de otras comunidades”.
— Entonces, ¿cuál es la esencia de los desacuerdos de cara a esta propuesta?
— Que es muy arriesgado establecer la existencia de dos FES en la historia antigua de Cuba, si tenemos en consideración que todavía el dato arqueológico es muy endeble para que puedan vislumbrarse las relaciones de propiedad efectiva entre el hombre y el territorio que explota. Hay quienes no comparten la distribución de fases (estadío temprano, medio y tardío) para los apropiadores pretribales. También ha sido muy criticado que, aun habiendo acudido al basamento teórico de la Arqueología Social Latinoamericana, no utilizamos coherentemente su análisis tricategorial.
Una mirada a las opiniones publicadas en la revista Catauro en el año 2009, a raíz de la celebración del mencionado seminario convocado por la Fundación Fernando Ortiz, subraya la multiplicidad de aristas que tiene el asunto.
Para Daniel Torres Etayo, del Centro Nacional de Conservación, Restauración y Museología, es “innecesario utilizar el concepto de etapa si ya estamos empleando el de formación económico-social, y menos después de haber entendido, al fin, que la llamada ‛comunidad primitiva’ no puede ser concebida como una sola FES, como un único modo de producción; esto es ya un paso de avance para nuestra arqueología”.
El investigador del ICAN Pedro Pablo Godo acentúa que la propuesta de sus colegas “enfatiza en el factor económico, en tanto la cultura se reduce a tres estadíos en los apropiadores y en un bloque para los productores sin alguna distinción, ni propuesta teórica de continuidad para el tratamiento del problema”. Además, añade que aún resta meditar sobre el destierro definitivo de los guanahatabeyes, siboneyes y tainos; nominativos que el pueblo ha tejido en su imaginario.
En ese sentido, Joao Gabriel Martínez, del Museo Montané, refiere que aunque coincide con aspectos de la propuesta realizada por los autores, no cree que el problema radique en realizar un cambio nomenclatural a partir de las FES: “sería más eficiente la redefinición del marco cognoscitivo de estas sociedades manteniendo las clasificaciones ya conocidas, específicamente las de Ciboneyes y Taínos, lo que no afecta en absoluto los elementos que caracterizan a estos grupos desde el punto de vista propuesto”.
Las perspectivas del debate suscitado en aquella ocasión son inabarcables en este trabajo. De hecho, a la luz de nuevos conocimientos y largas reflexiones, Ulises González asegura que si se viera ante la disyuntiva de hacer otra periodización cambiaría parte de la que realizó de conjunto con sus colegas en el año 2007.
Asimismo, la diversidad de bases teóricas y denominaciones sobre las que se desarrollan los trabajos científicos es constatable en el quehacer de los investigadores inmersos en este campo de estudio en Cuba. Cada cual utiliza los calificativos que estima. Por ejemplo, el Censo Arqueológico Aborigen, presentado por el ICAN hace alrededor de un año, fue concebido bajo las denominaciones preagroalfarero, protoagricultores y agricultores.
La enseñanza y el aprendizaje en el proceso científico
Otro acápite del tema es el relacionado con el vacío existente en nuestra sociedad entre el conocimiento científico alcanzado, sus procesos evolutivos y la percepción pública de un tema que interesa la raíz primaria de nuestra identidad.
Las escasas horas de clases que sobre la historia antigua reciben los estudiantes de la enseñanza básica brindan una visión de las sociedades aborígenes “superada con creces hace más de 30 años”, asegura Ulises González. Además, son utilizadas las denominaciones recolectores-cazadores-pescadores y agricultores-ceramistas, en disonancia con el lenguaje más recurrente en los medios de comunicación, donde con mayor frecuencia son usados los términos siboney y taíno y cazadores-recolectores y productores.
“En los libros de texto la historia está simplificada en dos grupos fundamentalmente: los que no tenían cerámica y no cultivaban y los que tenían cerámica y cultivaban. Y no es así, los matices son muy grandes. Había una gran diversidad cultural y eso está mal tratado.
Interrogada acerca de la conducta a seguir por el Ministerio de Educación para solventar tales incoherencias, Miriam Egea, jefa del Departamento de Marxismo-Leninismo e Historia, y máster en Didáctica de las Humanidades, aseguró que durante el curso recién concluido se dieron los primeros pasos para un proceso de perfeccionamiento en todo el sistema.
“Sin prisa, pero sin pausa” —insistió—, irán atemperándose los contenidos de cara a una futura actualización de los planes y programas de estudio y de los libros de texto, “escritos hace más de 20 años”.
“No es una carrera de tiempo. La Academia de la Historia de Cuba, presidida por el doctor Eduardo Torres Cueva, está realizando un estudio minucioso de los programas de la enseñanza básica, luego de haberlo hecho con los del nivel medio superior. Al mismo tiempo, nosotros, como comisión de asignatura, hemos dado la oportunidad de que maestros de escuelas de todo el país opinen acerca de los programas que existen hoy. También estamos trabajando con especialistas del Instituto de Historia de Cuba. El contacto con el ICAN se ha centrado en las intercambios con José Jiménez Santander y el proyecto investigativo que encabeza: Censo Arqueológico Aborigen de la República de Cuba”.
Gerardo Izquierdo, en su condición de subdirector del ICAN, asegura haber hecho múltiples gestiones con el Ministerio de Educación para dar a conocer resultados científicos de gran provecho en la actualización de los contenidos curriculares, pero “la recepción de nuestro ofrecimiento ha sido muy pobre. Pienso que se deba a que la desactualización de los conocimientos en este campo de la historia afecta a muchos decisores y por eso nos excluyen”.
La falta de un entendimiento entre los entes científicos del país y con los de la región antillana, así como la insuficiente comprensión del tema aborigen en la esfera educativa y pública en general, ha conducido a una pluralidad nominativa y conceptual que trasciende a la sociedad. Prevalece así una confusión que deja abierto… por inventario el tema aborigen en la historia de Cuba.
Foto3:
Foto 4: Miriam Egea, del departamento de Historia del MINED, asegura que en lo adelante estrechará las relaciones con el ICAN de cara a la actualización de los planes de estudio y libros de texto de la asignatura en los niveles de enseñanza básica.
Foto 5: Hipótesis de arribo de las comunidades aruacas al área antillana basada en los análisis de estilos cerámicos de la escuela normativista norteamericana.
No ha bastado el transcurso de un siglo para nombrar con precisión a los primeros pobladores de Cuba. Ciboney, guanahatabey y taíno, apelativos salidos de supuestos etnónimos asentados en las crónicas generales de las Indias, encabezan el inventario de denominaciones registradas a partir del estudio de las sociedades humanas primigenias de la Isla.
“Han surgido tantas nomenclaturas como generaciones de arqueólogos”, asegura Gerardo Izquierdo, subdirector científico del Instituto Cubano de Antropología (ICAN). “Algunas han echado raíces, pero no se ajustan a la realidad de las comunidades que representan. Por ejemplo, el grupo que se clasifica como cazador-recolector desarrollaba otras prácticas que no pueden encorsetarse en dichas calificaciones”.
La complejidad de un asunto cuya repercusión abarca el análisis de todas las poblaciones que habitaron Cuba, entre tres mil y cuatro mil años antes del presente, es estimada en toda su magnitud en el ámbito de la producción de conocimientos histo-arqueológicos. Pero la determinación para el uso homogéneo de uno u otro de los más de diez esquemas de periodización existentes parece improbable por el momento, a partir de desacuerdos raigales que están latentes en la comunidad científica dedicada a este tipo de investigaciones.
Una propuesta presentada por el ICAN hace alrededor de seis años hizo que la vieja discusión reverdeciera. La publicación de un trabajo sobre el tema en el diario Juventud Rebelde incitó a que la Fundación Fernando Ortiz convocara a los investigadores implicados a ofrecer sus puntos de vista en un seminario aportador de diversidad de posiciones. La controversia no fue clausurada.
Pero, ¿cuál es la génesis de las discrepancias y qué impacto tiene la cuestión en el mundo académico y de la enseñanza?
La carencia de una escuela propia
El desenvolvimiento de la arqueología en Cuba ha estado condicionado por la influencia de diferentes factores que no han permitido siempre la obtención del mayor potencial de datos a partir de las excavaciones en los sitios, del estudio de los materiales extraídos y del análisis más expedito.“Durante la primera mitad del siglo XX, por ejemplo, las tradiciones europeas y estadounidenses predominaron en la formación de los investigadores. Tal es el caso de dos personalidades paradigmáticas de la antropología nacional: Fernando Ortiz (1881-1969) y Luis Montané (1849-1936), fundador este último del museo del mismo nombre en la Universidad de La Habana, donde se halla la génesis de toda la investigación que estamos realizando ahora”, anota el doctor en Ciencias Históricas Ulises M. González, a cargo del departamento de arqueología del ICAN.
“Posteriormente, las relaciones con instituciones científicas docentes de Estados Unidos tuvieron un influjo determinante, hasta el punto de que hoy no es posible discutir sin tomar en consideración los basamentos de una arqueología culturalista, ajustada a clasificaciones que no trascienden el ordenamiento del panorama ni se adentran en explicaciones de tipo social, porque su fin fue catalogar en función de museos y colecciones particulares”.
Más adelante, en la década de los años 70 ―explica González―, estuvimos ausentes de las discusiones con los grupos regionales que se dedicaron a la Arqueología Social Latinoamericana, centrada en una interpretación divergente de la teoría marxista en torno a las formaciones económico-sociales.
“Así, en nuestra comprensión del registro arqueológico para la reconstrucción histórica de la etapa precolombina han primado los enfoques positivistas y unilineales. Sin embargo, los esquemas de periodización no son ingenuos; cada etiqueta que se le ponga a una sociedad viene dada por una amalgama de conocimientos, influencias, teorías políticas y sociales, y del dato científico con que se cuente.
“Esa es una razón sustantiva para que lleguemos a un consenso en este asunto y tengamos un esquema de periodización del que todos seamos partícipes. Pienso que no hay conciencia de lo que eso significa, porque un elemento medular del problema radica en que el país carece de una escuela de arqueología. La mayoría de los que practicamos el oficio hemos tenido una formación profesional en historia, biología, pero casi ninguno es arqueólogo de base. Solo a través de postgrados hemos podido adiestrarnos en esa ciencia”, enfatiza.
Centrado en la investigación de la etapa precolombina desde hace años, y en su condición de coautor, junto con Gerardo Izquierdo y Enrique Alonso, de la propuesta de nomenclatura presentada por el ICAN en el 2007, González identifica como otro de los elementos condicionantes del desempeño arqueológico en el país el hecho de que, con frecuencia, no sea contrastado el registro arqueológico con el histórico.
Por su parte, Roger Arrascaeta, director del Gabinete de Arqueología de la Oficina del Historiador de La Habana, pondera la importancia de las técnicas de excavación en el empeño de sacar verdadero provecho de la información que proporcionan los yacimientos.
“Conscientes de que los sitios pueden llevar años de trabajo, es muy importante realizar la excavación a partir de un estudio detallado de la estratigrafía natural del lugar y no por niveles establecidos de forma artificial”.
Este arqueólogo, que pasa la mayor parte del año en el trabajo de campo, unas veces en los subsuelos de La Habana Vieja y otras en sitios aborígenes, reconoce que identificar los perfiles de las tumbas en los yacimientos funerarios anteriores a la llegada de Colón muchas veces resulta complicado.
Sin embargo —subraya—, es fundamental para entender la sucesión de los enterramientos, tanto a nivel de cronología relativa (los estratos que están por debajo son más antiguos que aquellos que están por encima), como de cronología absoluta (fechado a través de distintas técnicas). “Otro asunto es que se dividan las unidades estratigráficas en capas más finas para resolver problemas de cronología relativa como estrategia vinculada al refinamiento del método”.
A la perspectiva de Arrascaeta, González añade uno de los problemas más candentes de la arqueología cubana: el de la cronología absoluta “Primero, porque tenemos muy pocos fechados radiocarbónicos, que son los que dan la idea de la existencia de estas sociedades en el tiempo. Luego, la mayoría de ellos están realizados sobre maderas carbonizadas de los sitios arqueológicos, un procedimiento que no es totalmente confiable. Afortunadamente, en algunos yacimientos del país han podido hacerse fechados en huesos humanos”.
¿Agricultores o tribales?
Pasados 20 años de la presentación de Estructura para las comunidades aborígenes de Cuba, de José M. Guarch, surgió la última de las propuestas de nomenclatura y periodización existentes para los primeros habitantes del archipiélago: la definida en el ICAN y enfocada a la realización del texto Las comunidades aborígenes en la historia de Cuba (Premio Academia 2012), un compendio de resultados de 15 años de trabajo. ¿Sus objetivos?: “Salvar una carencia extrema de actualización en el pensamiento arqueológico en el país y superar las limitaciones presentes en las formulaciones anteriores”, precisa Gerardo Izquierdo.
“A diferencia de Guarch, que se basó en una formación económico-social (FES), propusimos dos, fundamentadas en los modos en que los aborígenes desarrollaban sus actividades económicas. La pretribal, que representa a los apropiadores del producto que la naturaleza ofrece y practicantes de una agricultura incipiente, y la tribal, encarnada por quienes llevaban a cabo la producción con el fin de incrementar y facilitar la apropiación mediante herramientas más sofisticadas.
“Ello significó establecer una ruptura con el esquema proveniente de la escuela rusa, apoyado en la concepción de una sola FES correspondiente con la comunidad primitiva”.
“Y no es que tengamos toda la razón; este proyecto puede ser objeto de nuevos análisis, asegura Ulises González. Pero, es posible constatar en el registro arqueológico que la interacción que uno y otro grupo establecen con los medios fundamentales de producción es muy diferente. El vínculo que los tribales ejercen con la tierra intensifica la actividad económica sobre la base de una ocupación efectiva del territorio, mientras que los pretribales aún tienen un gran espacio para explotar sin presiones demográficas de otras comunidades”.
— Entonces, ¿cuál es la esencia de los desacuerdos de cara a esta propuesta?
— Que es muy arriesgado establecer la existencia de dos FES en la historia antigua de Cuba, si tenemos en consideración que todavía el dato arqueológico es muy endeble para que puedan vislumbrarse las relaciones de propiedad efectiva entre el hombre y el territorio que explota. Hay quienes no comparten la distribución de fases (estadío temprano, medio y tardío) para los apropiadores pretribales. También ha sido muy criticado que, aun habiendo acudido al basamento teórico de la Arqueología Social Latinoamericana, no utilizamos coherentemente su análisis tricategorial.
Una mirada a las opiniones publicadas en la revista Catauro en el año 2009, a raíz de la celebración del mencionado seminario convocado por la Fundación Fernando Ortiz, subraya la multiplicidad de aristas que tiene el asunto.
Para Daniel Torres Etayo, del Centro Nacional de Conservación, Restauración y Museología, es “innecesario utilizar el concepto de etapa si ya estamos empleando el de formación económico-social, y menos después de haber entendido, al fin, que la llamada ‛comunidad primitiva’ no puede ser concebida como una sola FES, como un único modo de producción; esto es ya un paso de avance para nuestra arqueología”.
El investigador del ICAN Pedro Pablo Godo acentúa que la propuesta de sus colegas “enfatiza en el factor económico, en tanto la cultura se reduce a tres estadíos en los apropiadores y en un bloque para los productores sin alguna distinción, ni propuesta teórica de continuidad para el tratamiento del problema”. Además, añade que aún resta meditar sobre el destierro definitivo de los guanahatabeyes, siboneyes y tainos; nominativos que el pueblo ha tejido en su imaginario.
En ese sentido, Joao Gabriel Martínez, del Museo Montané, refiere que aunque coincide con aspectos de la propuesta realizada por los autores, no cree que el problema radique en realizar un cambio nomenclatural a partir de las FES: “sería más eficiente la redefinición del marco cognoscitivo de estas sociedades manteniendo las clasificaciones ya conocidas, específicamente las de Ciboneyes y Taínos, lo que no afecta en absoluto los elementos que caracterizan a estos grupos desde el punto de vista propuesto”.
Las perspectivas del debate suscitado en aquella ocasión son inabarcables en este trabajo. De hecho, a la luz de nuevos conocimientos y largas reflexiones, Ulises González asegura que si se viera ante la disyuntiva de hacer otra periodización cambiaría parte de la que realizó de conjunto con sus colegas en el año 2007.
Asimismo, la diversidad de bases teóricas y denominaciones sobre las que se desarrollan los trabajos científicos es constatable en el quehacer de los investigadores inmersos en este campo de estudio en Cuba. Cada cual utiliza los calificativos que estima. Por ejemplo, el Censo Arqueológico Aborigen, presentado por el ICAN hace alrededor de un año, fue concebido bajo las denominaciones preagroalfarero, protoagricultores y agricultores.
La enseñanza y el aprendizaje en el proceso científico
Otro acápite del tema es el relacionado con el vacío existente en nuestra sociedad entre el conocimiento científico alcanzado, sus procesos evolutivos y la percepción pública de un tema que interesa la raíz primaria de nuestra identidad.
Las escasas horas de clases que sobre la historia antigua reciben los estudiantes de la enseñanza básica brindan una visión de las sociedades aborígenes “superada con creces hace más de 30 años”, asegura Ulises González. Además, son utilizadas las denominaciones recolectores-cazadores-pescadores y agricultores-ceramistas, en disonancia con el lenguaje más recurrente en los medios de comunicación, donde con mayor frecuencia son usados los términos siboney y taíno y cazadores-recolectores y productores.
“En los libros de texto la historia está simplificada en dos grupos fundamentalmente: los que no tenían cerámica y no cultivaban y los que tenían cerámica y cultivaban. Y no es así, los matices son muy grandes. Había una gran diversidad cultural y eso está mal tratado.
Interrogada acerca de la conducta a seguir por el Ministerio de Educación para solventar tales incoherencias, Miriam Egea, jefa del Departamento de Marxismo-Leninismo e Historia, y máster en Didáctica de las Humanidades, aseguró que durante el curso recién concluido se dieron los primeros pasos para un proceso de perfeccionamiento en todo el sistema.
“Sin prisa, pero sin pausa” —insistió—, irán atemperándose los contenidos de cara a una futura actualización de los planes y programas de estudio y de los libros de texto, “escritos hace más de 20 años”.
“No es una carrera de tiempo. La Academia de la Historia de Cuba, presidida por el doctor Eduardo Torres Cueva, está realizando un estudio minucioso de los programas de la enseñanza básica, luego de haberlo hecho con los del nivel medio superior. Al mismo tiempo, nosotros, como comisión de asignatura, hemos dado la oportunidad de que maestros de escuelas de todo el país opinen acerca de los programas que existen hoy. También estamos trabajando con especialistas del Instituto de Historia de Cuba. El contacto con el ICAN se ha centrado en las intercambios con José Jiménez Santander y el proyecto investigativo que encabeza: Censo Arqueológico Aborigen de la República de Cuba”.
Gerardo Izquierdo, en su condición de subdirector del ICAN, asegura haber hecho múltiples gestiones con el Ministerio de Educación para dar a conocer resultados científicos de gran provecho en la actualización de los contenidos curriculares, pero “la recepción de nuestro ofrecimiento ha sido muy pobre. Pienso que se deba a que la desactualización de los conocimientos en este campo de la historia afecta a muchos decisores y por eso nos excluyen”.
La falta de un entendimiento entre los entes científicos del país y con los de la región antillana, así como la insuficiente comprensión del tema aborigen en la esfera educativa y pública en general, ha conducido a una pluralidad nominativa y conceptual que trasciende a la sociedad. Prevalece así una confusión que deja abierto… por inventario el tema aborigen en la historia de Cuba.
(Tomado de Juventud Técnica)Nomenclaturas existentes encabezadas por la propuesta por el ICAN
-Apropiadores tempranos. Comenzaron a ser identificados por los investigadores a mediados del pasado siglo. Fueron denominados: Paleolíticos, Complejo Seboruco-Mordán, Protoarcaicos, Paleoarcaicos, Paleoindios, Comunidades Preagroalfareras con Tradiciones Paleolíticas y Cazadores de la Variante Cultural Seboruco.
- Apropiadores medios. Nombrados desde principios del siglo XVI como Guanahatabeyes, Siboneyes, Ciboneyes, Auanabeyes, Complejo 1 y Complejo II, Cavernícolas, Preagroalfareros, Aspectos Guayabo Blanco y Cayo Redondo de la Fase Ciboney, Variantes Culturales Guanahacabibes y Guacanayabo de la Fase Pescadores-Recolectores, Arcaicos, Mesolíticos, Mesoindios y Comunidades con Tradiciones Mesolíticas.
- Apropiadores tardíos. También identificados por los investigadores en la segunda mitad del siglo XX como Grupo Cultural Mayarí, Formativo, Protoagrícola y Fase Protoagricultores, integrada esta por las Variantes Culturales Canímar y Mayarí.
- Productores (participantes del encuentro entre dos mundos iniciado en 1492 y continuado con la colonización hispana del Archipiélago a partir de 1510). Fueron denominados primero como Indios de la Misma Isla, y después Taínos, Complejo III, Taínos y Subtaínos, Agroalfareros, Fase Agricultores de la Etapa de la Economía Productora, integrada por las Variantes Culturales Damajayabo, Baní, Jagua, Cunagua, Bayamo y Maisí. (Tomado del artículo “La nueva propuesta”, revista Catauro número 20/2009).
Foto3:
Foto 4: Miriam Egea, del departamento de Historia del MINED, asegura que en lo adelante estrechará las relaciones con el ICAN de cara a la actualización de los planes de estudio y libros de texto de la asignatura en los niveles de enseñanza básica.
Foto 5: Hipótesis de arribo de las comunidades aruacas al área antillana basada en los análisis de estilos cerámicos de la escuela normativista norteamericana.
No ha bastado el transcurso de un siglo para nombrar con precisión a los primeros pobladores de Cuba. Ciboney, guanahatabey y taíno
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