domingo, 3 de enero de 2016

El periplo habanero de Albert Einstein

La estancia del célebre científico en la capital cubana entre el 19 y el 20 de diciembre de 1930, quedó inscrita como uno de los acontecimientos noticiosos más importantes de ese año en el país.
Foto tomada a Albert Einstein en La Habana, el 19 de diciembre de 1930, en el estudio de la tienda El Encanto.
A bordo del vapor Belgenland, en la mañana del 19 de diciembre de 1930 el eminente físico matemático alemán Albert Einstein arribaba al puerto de La Habana acompañado de su esposa Elsa, como parte de un viaje iniciado 17 días antes en Amberes, Bélgica, y cuyo destino final era la ciudad californiana de San Diego, en la costa norteamericana del Pacífico.

Hasta el mismo barco fueron a saludarlo directivos de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana y de la Sociedad Geográfica de Cuba (SGC), quienes además de darle una cálida bienvenida, lo invitaron a un agasajo que le habían preparado en la sede de la primera asociación mencionada.

Los efectos del intenso sol tropical predominante hicieron que el Premio Nobel de Física en 1921 sudara copiosamente, mientras trataba a la vez de protegerse el rostro de la fuerte radiación, en particular los ojos, con la ayuda de ambas manos.

Como narra el profesor José Altshuler en su libro Las 30 horas de Einstein en Cuba, el creador de la Teoría de la Relatividad manifestó enseguida su deseo de ir primero a comprar un sombrero que lo resguardara de la molesta luz de los rayos solares.

Prestos a complacerlo, sus anfitriones lo llevaron de inmediato a la tienda El Encanto, la más famosa y lujosa de la urbe habanera. Una vez allí el gerente tuvo la iniciativa de obsequiarle uno de los mejores jipijapas que ofertaban ese día.

Einstein insistió en pagarlo, pero el dueño del establecimiento quiso regalárselo. Finalmente le pidió al sabio alemán que aceptara posar para hacerse un retrato en el estudio fotográfico del centro comercial, con la finalidad de tener un recuerdo permanente de aquella visita.

Tras colocar al célebre científico delante de un fondo negro para resaltar toda la expresividad de su cara bondadosa, el artista Gonzalo Lobo tomó la foto, que constituye el único retrato de estudio hecho a tan ilustre personalidad en suelo cubano.

AGUDO OBSERVADOR

Satisfecho con el sombrero, Einstein lo colocó en su cabeza y acompañado, entre otros, por el ingeniero José Carlos Millás, director del Observatorio Nacional y vicepresidente de la SGC, y el doctor Juan Manuel Planas, presidente de la propia organización, realizó una breve visita de cortesía a la Secretaría de Estado, cargo ocupado en ese momento por Rafael Martínez Ortiz.

De acuerdo con lo expresado a Granma por el profesor Luis Enrique Ramos Guadalupe, historiador de la meteorología en nuestro país, los probados conocimientos de Millás en Ma­temática y Física superiores y su dominio de varios idiomas, pesaron mucho en la decisión de que se le encomendara acompañar de manera permanente a Einstein durante su estancia en la mayor de las Antillas.

Indicó asimismo que la Secretaría de Estado era la entidad que acogía a la Sociedad Geográfica de Cuba, de ahí la razón por la cual fue el primer sitio oficial incluido en el programa de lugares a transitar en el periplo del distinguido huésped.

Luego Albert Einstein asistió al solemne homenaje que le tributaron en la sede de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, sita en la calle Cuba No. 460, cuyo discurso de bienvenida estuvo a cargo del doctor Francisco María Fernández en su condición de presidente de la institución.

Desde el paraninfo del histórico inmueble, el ilustre visitante agradeció las atenciones recibidas por parte de los académicos y los miembros de la SGC y de la Sociedad Cubana de Ingenieros, con los cuales allí compartió. También enalteció las virtudes del pueblo cubano.

Tomando en cuenta la solicitud que le hicieran de dejar plasmadas algunas ideas en el Libro de Oro de la SGC, Einstein escribió: “La primera sociedad verdaderamente universal fue la sociedad de los investigadores. Ojalá pueda la generación venidera establecer una sociedad económica y política que evite con seguridad las catástrofes”.

La apretada agenda en su primer día de estancia en Cuba incluyó igualmente un encuentro con la comunidad hebrea de nuestro país, el almuerzo ofrecido por el presidente de la Academia de Ciencias en el hotel Plaza, y un paseo en automóvil en horas de la tarde, que él mismo había solicitado para conocer más La Habana y el campo de las afueras de la urbe.

Siempre en compañía de su esposa, el recorrido incluyó los exclusivos Country Club y Havana Yacht Club, áreas rurales de Santiago de las Vegas, el aeropuerto de Rancho Boyeros, la Escuela Técnica Industrial, las obras del Acueducto de Vento, y el asilo de enfermos mentales de Mazorra.


Finalmente participó en una recepción preparada por la Sociedad Cubana de Ingenieros, que comenzó a las cinco de la tarde. En su discurso de agradecimiento, Einstein le deseó a la nación cubana un porvenir venturoso.

Extenuado después de tan agitada jornada, rehusó la invitación oficial de pasar la noche en el Hotel Nacional, a punto de inaugurarse, y prefirió dormir en el vapor Belgenland, atracado en la rada habanera.

Al día siguiente y en horas tempranas de la mañana, el ingeniero José Carlos Millás fue a buscarlo para que diera un paseo por los lugares de la ciudad que él escogiera.

Con esa sensibilidad y excelente capacidad de observación que lo caracterizaba, Einstein pidió ir a los lugares de mayor pobreza, pues si el día anterior había visto las grandes residencias de las personas ricas, ahora quería apreciar cómo era la vida en muchos hogares de las personas más humildes de la urbe.

Guiado por su principal anfitrión visitó varios solares y cuarterías de La Habana Vieja, los barrios populares de Llega y Pon, y Pan con Timba, algunas de las tiendecitas modestas de la calzada de Monte, y la zona del Mercado Único, quedando fuertemente impactado por las condiciones de acentuada miseria predominante en esos lugares.

Casi al filo de la una de la tarde del 20 de diciembre de 1930, el buque Belgenland con Einstein a bordo abandonaba el puerto habanero, en dirección hacia el Canal de Panamá.

Percatado de la verdadera realidad de la Cuba de entonces, escribiría en su diario de notas de ese día: “Clubes lujosos al lado de una pobreza atroz, que afecta principalmente a las personas de color”.

Aquella breve visita ocurrida hace justamente 85 años acaparó titulares en la prensa de la época, y devino en uno de los sucesos noticiosos más trascendentales del convulso 1930 en el país.

No hay comentarios:

Publicar un comentario