La historia se remonta al pasado siglo, cuando la Ciudad Monumento Nacional se llenaba de kioscos confeccionados típicamente de yagua y guano, diseminados principalmente alrededor de la Plaza de la Revolución, donde se ofertaba todo tipo de granjerías tradicionales.
Entre estas se encontraban además del lechón asado, envuelto en casabe -el pan de yuca de los primitivos aborígenes- el aliñado, rosquitas, suspiros, matahambre, rosca blanda, morcilla, ciruelas borrachas, longaniza, chorizos, vinos caseros, empanadillas, frituras y muchos otros platos de la cocina criolla.
Todo esto debido a las denominadas fiestas de reyes, que se iniciaban días antes de la noche buena, momento en que los cocheros tenían una alta demanda por la población, sobre todo de las familias acomodadas, las que paseaban en el vehículo tirado de un caballo, bien comido y adornado, al igual que el carruaje.
Todos esos días eran -como ellos mismos afirman, la zafra- ya que estaban ocupados prácticamente todo el tiempo, sobre todo por las tardes hasta el anochecer, cuando las damas, sus esposos e hijos, exhibían por la calles sus mejores atuendos haciendo ostentación de lo que poseían y podían hacer.
Terminaban las fiestas al amanecer del día 8 de enero, con el baile tradicional del Liceo, al que habían antecedido los del Club Deportivo, la Colonia Española, las sociedades chinas, la de Mao Tse Tung y la de Chang Kai Sek, Bayamo Social y el Círculo Bayamo, sin contar los clubes nocturnos y hoteles con sus cenas.
Al amanecer del 8 no alcanzaban los coches para llevar hasta sus casas a los pasados de las libaciones etílicas que estaban impedidos de mantenerse en pie, así como a quienes, bohemios profesionales decidían en las horas de la madrugada ir a “asaltar” a algún familiar para continuar la fiesta o dedicarle una serenata a la amada indecisa que no pudo estar en la fiesta, dedicándole la mejor canción melosa.
De esta forma concluía la bonanza para los cocheros y ellos, la inmensa mayoría, ese día paraban el carruaje e invitaban a subir a cualquiera, transportándolo sin costo alguno para él, pues ese era el Día del Cochero, hasta el venidero año.
Los cocheros, trabajadores no Estatales, se integran en secciones sindicales del Sindicato del Transporte, poseedores de la única Asociación de Cocheros existente en Cuba, gracias a la iniciativa de Celia Sánchez Manduley, la Heroína de la Sierra, quien al triunfar la Revolución los atendió y propició ese reconocimiento.
Son otros los tiempos y cuando se aproxima la fecha del aniversario 500 de la fundación de la Villa del Santísimo San Salvador de Bayamo los coches continúan caracterizando la segunda Villa fundada por los colonizadores y las autoridades reclaman una mejor imagen de los mismos para que sea exhibida el 5 de noviembre.
Acciones para mejorar el aspecto del carruaje se llevan a cabo, así como la del conductor, su trato al público y al propio animal que lo arrastra, el que si pudiera hablar reclamaría también un día para él, mayor y mejor comida, aseo, cariño y comprensión, de lo que está carente por parte de algunos dueños.
PLEGARIA DEL CABALLO
A ti, dueño mío, elevo esta plegaria.
Dame frecuentemente de beber y de comer.
Cuando haya terminado mi labor, dame una cama en la que pueda descansar cómodamente.
Todos los días, examina mis pies y limpia mi piel con el cepillo.
Cuando rehúse el alimento, examina mis dientes y mi boca;
Puede ser que tenga una úlcera que me impida comer
O que los dientes molesten mi carrillo causándome dolor.
Háblame, tu voz es siempre más eficaz para mí que el látigo y que las riendas.
Acaríciame frecuentemente para que yo pueda aprender a quererte y a servirte de la mejor manera, recompensándote así el cariño que tú me demuestras.
No me cortes la cola, privándome del mejor medio que tengo para defenderme de las moscas y los tábanos que me atormentan.
No me des golpes violentos a las riendas, ni me fustigues violentamente cuando en la subida no pueda arrastrar la carga de mi carro.
No me aguijes con el talón ni me castigues cuando no comprenda lo que deseas; obra entonces de manera que pueda entender tu pensamiento.
Doy siempre a ti todo lo que puedo, si acaso me rehúso a trabajar en quizá porque estoy mal ensillado o porque el freno está mal puesto; también es posible que haya algo en mis pies que me causa dolor.
Si me asusto, no debes golpearme sin estudiar por qué causa hago eso, causa que puede ser un defecto de mi vista.
No me obligues a arrastrar un peso superior a mis fuerzas, ni a caminar demasiado aprisa por las calles resbalosas.
Si caigo, debes tener paciencia y ayudarme a levantar, pues hago cuanto puedo para no caer.
Si tropiezo, considera que no ha sido por culpa mía y que no debes agregar a mi impresión por el peligro, el dolor de tus latigazos, pues así aumentas mi miedo y me vuelves más nervioso.
Haz lo que puedas para defenderme del sol y cuando haga frío, ponme una manta; no cundo trabajo sino cuando esté en descanso.
En fin, mi buen dueño,
Cuando la vejez me haga inútil, no olvides el servicio
Que te presté obligándome a morir de dolor y
Privaciones bajo el garrote de un dueño cruel o entre
Los cuernos de un toro de lidia.
Mátame tú mismo sin hacerme sufrir. Tendrás
Entonces mi agradecimiento.
Todo esto te lo pido en nombre de Aquel que
Quiso nacer en un establo.
Este trabajo fue obtenido de la revista ACPA, número 2 del 2012, página 49.
Compilado por Manuel Lauredo Román.
No hay comentarios:
Publicar un comentario